jueves, 15 de marzo de 2007

Redefinición de la soledad

Abajo, unos chicos, saltándose una clase o dos o tres, tocan palmas con poco sentido del ritmo y gimen a modo de canto. El día está indeciso, y cambia nubes por sol de modo espontáneo, haciendo del gemido cantado una bulería deslucida o un croar cansino. Las palmas, a su vez hacen un eco sordo contra el bloque de enfrente y acentúan la soledad de esta demasiado calurosa mañana de primeros de marzo.

Ignoro si hay una palabra, sólo una, para definir ese sentimiento de soledad en el que sabes que detrás de cada una de las ventanas que ves frente a tu casa y dentro de cada uno de los pisos que componen tu edificio, hay muchas personas. Y que cada una de ellas pone lo mejor de sí misma para hacerse invisible al resto. Aunque todas ellas sean muy conscientes de la presencia de todas las demás. Y mientras, cuatro adolescentes se empeñan en hacerse notar cuando son los más interesados en no ser vistos por demasiados testigos.

Quizá la extraña sensación de un invierno cálido en exceso me hace desconcentrarme con demasiada facilidad y buscar retos lingüísticos donde no hay sino pereza, o soledades donde sólo hay acumulación de silentes. O quizá es que dos horas de palmas y cante mal ejecutados aturden a cualquiera.

No se callarán, no.

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