viernes, 7 de junio de 2013

Silencio Administrativo II

Ya adelanto que seré injusto en estos posts, porque el imaginario colectivo lo es. Cuando pensamos en funcionarios traemos a nuestra imaginación una mesa atestada en una oficina infrailuminada donde una criatura dormita tras un ordenador y al amparo no sólo del Estatuto Básico del Empleado Público, también al de una máquina de aire acondicionado pagada con el dinero de todos. Los funcionarios son oficinistas. Los policías no, esos son la autoridad represiva. Los médicos tampoco, responden mejor al simil del ricachón en ese imaginario al que me refería antes. ¿Los profesores? ¿Los profesores son funcionarios? ¿El profesor que suspende a Jaimito en todos los chistes también lo es? ¿Y las enfermeras? Bueno, podría decir cualquier ciudadano de a pie, puede que lo sean.

Ahora bien, lo que el imaginario no acepta (“no input file specified”) es que entre los empleados públicos se tenga que contar a los empleados de prisiones o a los modelos en vivo de las Facultades de Bellas Artes. Pero en el filo de la aceptación estarían los conserjes o el personal de instalaciones deportivas. ¿Y el de mantenimiento de tuberías? Error 404, funcionario not found.

Lo cierto es que cuando llega el momento de cagarse en los funcionarios, la imagen que corresponde es la del oficinista haragán y apático que obstruye con su ineficiencia el pegajoso papeleo al que la ciudadanía en general se ve obligada cuando la administración correspondiente le solicita datos, dineros o documentos.

Los funcionarios, ya se sabe, tienen la culpa de todo.



A mayor abundamiento: “Funcionario”. Vamos, dilo. Pronúncialo en voz alta. ¿A que no puedes decirlo sin reírte?

Venga, con todas las letras: “funcionario”.

Sonríes al menos ¿verdad?, aunque sólo sea por dentro, aunque sólo sea con desprecio. O con tristeza. Como mínimo, si lo dices en presencia de varios, alguien sonríe. Hasta los propios funcionarios sonríen.

Existen figuras míticas en el imaginario social –el cura, el político, “mi cabo”, el del Lepe, “esto son un inglés, un francés y un español”, el mariquita, el salido, la puta, “los mozos del pueblo”, el facha…– que pueden hacer más o menos gracia según vivencias o convicciones personales. Pero la del funcionario, por odio o por envidia, de una manera o de otra, por motivos reales o por mitos amargos, siempre encuentra una sonrisa común, un “mira lo que me ocurrió”, una queja, una letanía, una de esas leyendas que, a falta de caballeros andantes, son las que configuran la contemporaneidad más atroz.

Y ello porque es su figura quien ha vertebrado la conciencia de la realidad social y económica, las normas que rigen la jornada laboral, las conversaciones de despacho que jamás se extinguen. Le pese a quien le pese.

Funcionario valiente, funcionario español…



No lo oculto, yo soy funcionario. Que traducido quiere decir que soy oficinista. Resulta curioso que en determinadas circunstancias sociales sea necesario ocultarlo. Bien porque cuando un paro galopante golpea en lo más sentido de una sociedad, los funcionarios son proscritos; bien porque cuando la abundancia económica asiste a esa misma sociedad, son más bien el objeto de muchas burlas, cual parias. Ocurre con los funcionarios lo mismo que con, verbi gratia, los ciudadanos estadounidenses, que aunque los haya buenos y malos, todos son tachados por el mismo rasero malintencionado.

No pretendo hacer una defensa a ultranza, sólo reírme –¡yo también!– de la figura del funcionario, mostrar el absurdo de una máquina tan desmedida –tan silenciosa, sí– como es la Administración Pública, pero también mostrar el exceso de una sociedad que necesita y exige la existencia de esa Administración a la vez que la denosta. Reírme de mí, en definitiva, como indigno funcionario, como dignísmo miembro de la sociedad en la que vivo, como escritor indignante y como indignado contribuyente.

1 comentario:

Madreconcarné dijo...

¿Se puede ser funcionario y a la vez anarcotradicionalista y ex-sindicalista? ¡Cielos!, pues va a ser verdad que eres una especie de lo más raro.